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Fidel Castro Ruz y Abel Santamaría Cuadrado, principales jefes de la acción del 26 de julio de 1953 (Foto Trabajadores). |
Siempre he considerado que tuve una niñez privilegiada. De hecho mi familia fue una de aquellas a quien la Revolución Cubana libró de una triste existencia, marcada por la pobreza y la falta de oportunidades en aquella República puesta al servicio del imperialismo yanqui por gobernantes cipayos; quienes con tal de alimentar sus fortunas personales sembraban en nuestra hermosa Patria el robo descarado de los fondos públicos, el latrocinio, la corrupción administrativa, el abuso contra los obreros y campesinos, el crimen político, el gansterismo, y otros desmanes.
Como colofón de la ignominia, el 10 de marzo de 1952 un
personaje nefasto nacido en esta tierra, el sargento autoproclamado coronel y
más tarde general, el inventor del palmacristazo, el “hombre fuerte” del
gobierno norteamericano, Fulgencio Batista y Saldívar asaltaba en la madrugada
el mando militar de Columbia y ejecutaba un cuartelazo tan de moda en aquellos
años en “nuestras dolorosas repúblicas americanas” al decir del Apóstol José
Martí. El golpe de estado vino a romper el precario orden constitucional
existente en Cuba con posterioridad a la adopción de la Constitución de la
República de Cuba del año 1940.