viernes, 29 de mayo de 2015

Gracias por todo Papá.

Mi padre durante la Lucha contra Bandidos
 Por Eduardo

Mi padre acaba de fallecer. Se nos fue apagando, él que siempre fue una flama poderosa, como la débil luz de un candil que agota sus últimas gotas de cera. A mí, el mayor de sus tres hijos le tocó el duro deber de cerrar sus ojos, siempre alegres por complicadas que fuesen las circunstancias; siempre bondadosos aunque librara una de las tantas batallas que a lo largo de su vida encaró por defender sus ideas. Pero la bronconeumonía que nos los quitó, no derrotó, ni derrotará, la obra de su vida. Mi papá es uno de los tantos héroes anónimos de esta epopeya hermosa que es la Revolución Cubana. No tendrá ninguna referencia en los libros de textos de Historia de Cuba, pero fue un activo participante de la vida económica, social y política de nuestro país en los últimos 50 años.
Nació pobre, de solemnidad, como solía decirse en aquellos duros años 30 en los que dio sus primeros pasos, en el histórico barrio matancero de La Marina. Tercer hijo del último grupo de nueve hijos de mi abuelo, que ya poseía cinco vástagos de otras dos mujeres, tuvo que luchar muy duro por subsistir en la república neocolonial en que le tocó vivir su infancia y adolescencia. Trabajó de mensajero de dulcería y de bodega, vendedor de periódicos, limpiabotas, ayudante de albañil, y lo que apareciera. Tal y como era la costumbre entre los pobres, nunca dejó de entregar a mi abuela, la mayor parte de lo que fuese capaz de ganar con su trabajo.