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Matanzas, la ciudad de la poesía. Foto: Trabajadores |
Por Eduardo
Como todo buen matancero, una vez quise hacer poesía en
serio. Y aunque hace ya un buen rato que no he escrito un solo verso, quizás
porque mi vida se ha perdido por los senderos del trabajo, que casi no me deja
tiempo para dedicarle el tiempo que la poesía precisa, todavía añoro los
tiempos en que no me perdía una sola tertulia poética en mi romántica ciudad.
También he llegado a pensar que en mi caso, de tanto leer la mejor poesía
escrita en lengua española, me auto convencí de que nunca llegaría a alcanzar
la altura de los grandes maestros.
Fueron los años 80 del siglo XX en Matanzas una etapa
pródiga para la poesía. Hubo como una explosión de poetas jóvenes que marcaron
la vida literaria de mi generación. Acudía a menudo a los recitales que
realizaban en el Patio Colonial de la Sacristía de nuestra Catedral, en la Sala
White, o en la desparecida Casa de la Trova, poetas como Yaquelín Font, Héctor
Escobar o Luis Marimón, a quien a pesar de su fama bohemia y triste final
considero un importante eslabón de la matanceridad. A Marimón le sucedió lo
mismo que a Plácido, nació en La Habana, pero la poesía lo convirtió en raigambre
esencial de la Ciudad de los Puentes.