Durante los últimos días nuestros medios han realizado una magnífica cobertura periodística sobre los sucesos acaecidos alrededor de la farsa escenificada por los personajes ahora conocidos como Movimiento San Isidro. Para una persona que como yo siempre ha estado vinculado a varias organizaciones cubanas cuya denominación incluye la palabra Movimiento, le es sumamente difícil entender como se le puede llamar movimiento a un grupito insignificante de seres humanos, cuya supuesta obra artística y política como decimos en Cuba, no la conocen ni siquiera las abuelitas de los aguerridos militantes al servicio de una potencia extranjera.
Pero mi intención no es precisamente, ni hacer una relatoría
de esos sucesos en particular; ni de otros relacionados con el mismo, como la
manifestación de jóvenes identificados como artistas frente al Ministerio de
Cultura, la detención por desacato a las autoridades de un supuesto rapero que
tampoco es reconocido por la Agencia Cubana del Rap, y un conjunto de actos
terroristas cuyo financiamiento y preparación tuvo en las figuras de connotados
terroristas cubano americanos radicados en Miami la autoría intelectual, y
dentro de la isla su ejecución a un grupo de seres sin otra motivación que la de
obtener dinero fácil sin doblar el lomo como dirían nuestros guajiros.