Martí y María Mantilla |
Por Eduardo
Orlando:
En el mundo existen seguidores de las más disímiles tendencias políticas, filosóficas, económicas y religiosas. Yo, como muchos otros revolucionarios cubanos, no somos seguidores del ideario de Martí, Fidel, o el Che, porque pretendamos llegar a constituirnos en clones de esos grandes pensadores. Los grandes hombres de la Patria marcan con su vida y sus convicciones la ruta por la que las futuras generaciones de cada país encaminarán su rumbo, y los que se constituyen a la larga en paradigmas de su pueblo, fueron aquellos que dedicaron su vida a la justicia social. Confucio en China, a pesar de haber transcurrido miles de años de su vida física, es la guía para millones de personas en ese inmenso país y en el mundo.
Si admiraste a Martí, el hombre que todo lo entregó a la causa de la Patria, hasta su propia vida, no imagino de que manera lo hiciste. Es evidente que no leías mucho de su pensamiento y de su vida. Yo soy del criterio de que los verdaderos martianos no cambian a Cuba por un plato de lentejas. Si lo hacen no alcanzaron a entender ni un adarme del enorme peso que tiene la obra martiana en el devenir histórico de la Revolución Cubana. En la historia de las ideas socialistas y comunistas en Cuba, los grandes comunistas, como Mella, Marinello, Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez, y muchos más fueron a su vez los mayores estudiosos de la obra de José Martí.
En Miami usan la obra de Martí mutilándola sobre todo en los acápites en que Martí se revela en toda su magnitud antimperialista. La “Carta a Manuel Mercado”, “Vindicación de Cuba”, “Nuestra América”, y otros trabajos de ese corte, son ocultados sistemáticamente. Pero aunque los oculten ahí estarán mientras exista la raza humana, que por el camino que vamos no será por mucho tiempo. Yo no necesito mirar hacia el “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, al decir del Apóstol, para buscar referentes intelectuales, culturales, o políticos. Para ello Cuba ha engendrado una legión de patriotas que con su vida cimentaron los cimientos de la Patria.
Y acerca de lo que mencionas de tu pragmática opinión de que la Patria no es algo indispensable para vivir, chico como decía mi venerable abuela: “Para que el mundo sea mundo, tiene que haber de todo”. Eso no son mis paradigmas, ni la de la mayoría de los cubanos de ley.
Nuestro Apóstol José Martí, vestía de negro como señal de luto por Cuba. Su madre, Doña Leonor Pérez, con el hierro de uno de los eslabones de la cadena conque los colonialistas lo encadenaron, cuando con solo 16 años fue a prisión por sus ideas independentistas, le fabricó un anillo que tenía grabada una sola palabra Cuba. Era la única joya que usaba el más grande de todos los cubanos.
José Martí un día cuando llegó a Cayo Hueso, los amigos le dieron un somnífero sin que él lo supiera con dos intenciones. La primera que descansara después de varios días de duro trabajo conspirativo, y la segunda tomarle las medidas del cuerpo en secreto para confeccionarle un traje a la medida, y regalárselo en secreto, porque el Apóstol, era incapaz de tomar un solo centavo del dinero de la Patria que aquellos humildes tabaqueros donaban a la causa de la independencia, a pesar de que muchos de ellos no poseían siquiera un plato de comida en ocasiones que entregar a sus hijos.
Entonces Orlando, de ejemplos como esos que el Apóstol, Maceo, Agramonte, Céspedes, Aguilera, y muchos de nuestros padres fundadores legaron a la Nación donde nací, se nutre mi alma de cubano y de patriota. Tu filosofía existencialista y pragmática podrá ser muy práctica, pero como dice el viejo dicho “no solo de pan vive el hombre”. Martí reflejó en este enfrentamiento entre las dos actitudes que se asumen ante la vida y ante la Patria en este poema que ha sido siempre uno de mis preferidos. Te lo regalo ahora como homenaje a los que me legaron la tierra donde deseo que reposen mis huesos.
Yugo y estrella. José Martí
Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
—Flor de mi seno, Homagno generoso
De mí y del mundo copia suma,
Pez que en ave y corcel y hombre se torna,
Mira estas dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Ésta, oh misterio que de mí naciste
Cual la cumbre nació de la montaña
Ésta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz se queda solo.
—Flor de mi seno, Homagno generoso
De mí y del mundo copia suma,
Pez que en ave y corcel y hombre se torna,
Mira estas dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Ésta, oh misterio que de mí naciste
Cual la cumbre nació de la montaña
Ésta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz se queda solo.
Pero el hombre que al buey sin pena imita,
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto
La escala universal de nuevo empieza.
El que la estrella sin temor se ciñe,
¡Como que crea, crece!
Cuando al mundo
De su copa el licor vació ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta
Fiesta humana, sacó contento y grave
Su propio corazón: cuando a los vientos
De Norte y Sur virtió su voz sagrada,—
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
¡Se oye que un paso más sube en la sombra!
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto
La escala universal de nuevo empieza.
El que la estrella sin temor se ciñe,
¡Como que crea, crece!
Cuando al mundo
De su copa el licor vació ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta
Fiesta humana, sacó contento y grave
Su propio corazón: cuando a los vientos
De Norte y Sur virtió su voz sagrada,—
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
¡Se oye que un paso más sube en la sombra!
—Dame el yugo, oh mi madre, de manera
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata.
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata.
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