Antonio Meucci |
Por Eduardo
Queridos niños míos:
Como ustedes saben la vida actual no se concibe sin el uso de la telefonía. Desde los más comunes teléfonos alámbricos hasta los más sofisticados teléfonos celulares constituyen la concreción de uno de los más viejos sueños de la humanidad, el poder llevar la voz humana y otros sonidos a lugares distantes. Debieran saber además que los primeros experimentos encaminados a desarrollar el teléfono se desarrollaron en La Habana.
Pues les cuento que entre los años 1834 y 1850 vivió en nuestra capital el inventor italiano Antonio Meucci. Este personaje, nació en el pueblo de S. Frediano cerca de Florencia, el 13 de abril de 1808. Durante su juventud cursó estudios de Física, Química, Mecánica y Dibujo, en la Academia de Bellas Artes de Florencia. Al culminar sus estudios comenzó a laborar como escenógrafo y mecánico teatral en el conocido Teatro la Pérgola de la ciudad del arte.
Meucci fue contratado por el rico empresario teatral y hombre de negocios catalán radicado en La Habana Pancho Marti. Durante este período trabajó en los teatros Principal, Diorama y Gran Teatro Tacón (hoy Gran Teatro de La Habana). Durante ese tiempo además de sus labores como escenógrafo teatral hizo traer a Cuba pilas voltaicas que dedicó a un negocio de galvanostegia. Contratado por el Ejército Español, su pequeña planta que llegó a emplear una docena de trabajadores, permitía mediante el método electrolítico recubrir cascos, espadas y botones destinados a la tropa colonial.
Sin ser médico, fue pionero en la aplicación de tratamientos de electroterapia a pacientes con diversas dolencias. Es durante uno de aquellos tratamientos experimentales, que al introducir en la boca de un enfermo, relató haber identificado que la voz de aquel hombre se había trasmitido por medio de los conductores eléctricos. La historia recoge, en las propias declaraciones del inventor, que fue precisamente en el Teatro Tacón, que Antonio Meucci dio comienzo al desarrollo del teléfono. En el año 1950 se traslada con su familia a la ciudad de Nueva York.
Veinte y siete años después, ya residiendo en Nueva York, la esposa de Meucci enfermó de reuma. Como la dolencia le imposibilitaba subir y bajar frecuentemente las escaleras, el diligente creador, crea el primer teléfono reconocido en la historia, que permitía conectar el despacho del mismo situado en el sótano, con el dormitorio de la consorte situada en la planta alta de la edificación.
Todo parece indicar, aunque esto nunca fue probado legalmente, que la documentación de Antonio Meucci cayó en manos del inventor estadounidense de origen escocés Alexander Graham Bell el cual a partir de la misma pudo desarrollar su propio aparato y patentarlo como suyo. Inclusive la patente de Graham Bell antecedió solamente unas horas a otra presentada por su compatriota Elisha Gray, a quien la historiografía norteamericana le reconoce la coautoría del invento del teléfono. La historia de la confusión histórica siguió cronológicamente los siguientes derroteros.
En el año 1860 Antonio Meucci realizó una demostración pública en Nueva York donde transmitió la voz de una cantante de ópera a larga distancia con total nitidez. En la prensa neoyorkina se reflejó el suceso describiendo al teletrófono. Según los anales noticiosos un empresario italiano de nombre Bendelari compró un prototipo y recibió la documentación necesaria para producirlo en Italia, pero nunca más se tuvieron noticias del mencionado personaje.
Posteriormente Meucci sufre un accidente del cual resulta gravemente afectado con graves quemaduras. Para poder costear el tratamiento médico, la esposa de Antonio empeña la documentación técnica del teletrófono a un prestamista por el valor de seis dólares. Cuando se restablece completamente Meucci acude a recuperar sus valiosos papeles, y el usurero le confiesa que se los vendió a un hombre joven al cual nunca se le pudo identificar.
Preocupado por esta situación el inventor italiano acelera el desarrollo de su aparato, pero nunca logró reunir los 250 dólares necesarios para inscribir su invención en el Registro de Patentes de los Estados Unidos. El 28 de diciembre de 1871 logra realizar un trámite preliminar de la documentación, el cual solo pudo renovar durante los dos años posteriores.
Conocedor de que había logrado un avance tecnológico de primer orden en la historia del hombre, presentó la documentación técnica de su teletrófono, que fue el nombre que le dio a su invento a una empresa, la Western Union Telegraph Company, que aparentemente no estuvo interesada en el asunto. Esta compañía tampoco devolvió los planos de la invención, cuando a los dos años Meucci reclamó los planos. La respuesta de Edward B. Grant, vicepresidente de la WUTC, fue que se habían perdido.
Corría el año 1876, cuando el ya mencionado Alexander Graham Bell registró una patente donde inscribía con el nombre de teléfono, un aparato que difería bastante poco del teletrófono de Meucci. Inmediatamente el protagonista de nuestra historia reclamó la paternidad del invento y el robo de su patente. Sin embargo sus demandas nunca prosperaron. Con posterioridad se confirmó el soborno de algunos empleados de la oficina de patentes por parte de la compañía Bell. Se supo además durante un juicio posterior entre la compañía de Alexander Graham Bell y la Western Union que entre ambas compañías existía una acuerdo comercial mediante el cual la primera pagaría a la segunda un veinte por ciento de las ganancias obtenidas por concepto de comercialización del teléfono durante diecisiete años.
A pesar de que durante todo el proceso, Meucci tuvo que defenderse incluso de sus propios abogados los cuales fueron extorsionados y presionados por el poderoso capitalista que fue Alexander Graham Bell, logró que el juez emitiera la sentencia que expresaba que no cabía duda alguna de que él era el verdadero inventor del teléfono. El entonces secretario de Estado yanqui declaro que "existen suficientes pruebas para dar prioridad a Meucci en la invención del teléfono". Era tan evidente el robo que el propio gobierno norteamericano emprendió un juicio por fraude contra la patente de Bell, pero como ha pasado en muchas ocasiones en el sistema legal norteamericano el proceso se empantanó hasta ser sellado a la muerte de Antonio Meucci.
A partir de ese momento, en cuanto libro de historia de la tecnología fuese publicado, incluyendo muchos que me leí cuando niño, se escribía textualmente que el inventor del teléfono fue Alexander Graham Bell. Sin embargo, la verdad siempre se abre paso, y en el 11 de junio de 2002 el Congreso de Estados Unidos aprobó la resolución 269, por la que se reconocía que el inventor del teléfono había sido Antonio Meucci, que lo llamó teletrófono, y no Alexander Graham Bell.
A pesar de todo lo anterior, no se puede negar el aporte de Alexander Graham Bell, y otros como Elisha Gray y Tomás Alva Edison en el desarrollo de la telefonía primigenia, pero sus aportes estuvieron facilitados por el hecho de que eran poseedores del capital y de compañías repletas del personal capacitado necesario para desarrollar sus inventivas y aporte. Esas cosas suceden niños míos, en las sociedades capitalistas donde como expresó el gran poeta español Quevedo “Poderoso caballero, es Don Dinero”.
Espero que les haya gustado esta historia de hoy. Recuerden que en estos días deben terminar los controles parciales de la escuela. No se me vayan a dormir en los laureles. Como siempre les digo, la inteligencia no está en imaginar, sino en leer.
Un beso de papa y tío
Eduardo
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