Mayor General Antonio Maceo |
Por Eduardo
Muy pocos pueblos pueden contar
con verdaderos héroes legendarios. En algunos casos, las referencias históricas
resaltan como figuras de renombre a grandes conquistadores y reyes legendarios.
Estos forjaron su leyenda a sangre y fuego en la mayoría de los casos, aunque
esto conllevara la destrucción de manera total de naciones enteras. Como
nuestro Apóstol nos legó en texto memorable
“Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por
tener más mando, por quitarles a otros pueblos sus tierras, no son héroes sino
criminales”. Sin embargo, Cuba es un caso excepcional. Nuestra Patria ha tenido
a lo largo de su historia una pléyade de figuras inconmensurablemente grandes.
La lista es enorme desde Hatuey, hasta nuestros 5 Héroes Prisioneros en
Cárceles de los Estados Unidos de Norteamérica.
Pero si Martí es el más grande de
todos los cubanos, y Fidel el más fiel continuador del legado martiano, el más
grande soldado nacido en Cuba, no es otro que José Antonio de la Caridad Maceo y Grajales. Hace
unos días, un participante del Blog la Joven
Cuba, tildó a nuestro Titán de Bronce de aplicar en la Campaña de Pinar del Río
una política cruel. Refirió asimismo que las tropas mambisas empleaban la
táctica de esconderse entre la población civil. Este argumento me recuerda un
poco a los planteamientos de la
OTAN por estos días, en que justifican los bombardeos contra
la población civil, con el supuesto de que las tropas del Coronel Muammar el
Gadafhi, usan a los civiles libios como escudos humanos.
Ese señor, evidentemente no sabe,
como diría un español, ni ostia, acerca de la historia de Cuba. Para validar
sus verdades acude a los registros guardados en los Archivos de Indias, en el
Museo de Historia Militar de Madrid, y otras instituciones de la Península, como si
fuesen el Santa Sanctórum de la veracidad y la objetividad.
Lo primero que habría que
aclarar, es que cada unidad mambisa en combate se desplazaba con un conjunto de
personas, que comúnmente recibían el nombre de “Impedimenta”. Eran mujeres,
niños, viejos, adolescentes, que en la mayoría de los casos poseían vínculo
familiar con los mambises de la tropa.
La República de Cuba en
armas vivía en la manigua. No podía ser de otra manera. Cuando algún cubano
tomaba el camino de las armas en contra de la metrópoli, sus propiedades eran
incautadas, y sus familias en la mayoría de los casos, encarcelada o asesinada.
Desde el inicio de la guerra de los Diez Años, hasta la rendición de España en 1898, a los cubanos
independentistas no les quedó otra alternativa que vivir en la manigua
irredenta. En realidad, el pueblo cubano vivía en el monte, protegido por el
Ejército Libertador. Como relata el General Cubano Catalán José Miró Argenter
en sus “Crónicas de la Guerra”,
para los Generales Gómez y Maceo, era un problema sostener los duros combates
contra las tropas españolas a la par que cumplían el deber humano de proteger a
la “impedimenta”.
Otra idea acerca de que las
tácticas empleadas por los cubanos eran únicamente de guerrillas, es una
inexactitud. No es menos cierto que en las zonas del Oriente Montañoso, la
guerra de guerrillas se empleó de manera muy efectiva, pero a diferencia del
Ejército Español, cuya arma favorita era la infantería que se desplazaba en
lentas columnas, y donde la caballería solo cumplía funciones en la
exploración, el Ejercito Libertador de Cuba, rescató a finales del Siglo XIX,
cuando empezaba a fenecer en Europa, el empleo del arma de Caballería. En solo
15 minutos, en el Combate de Mal Tiempo, el Batallón de Canarias, quedó
destrozado por el ataque combinado de las Columnas de Gómez por el frente
delantero, y Maceo por el flanco derecho. Nuestras tropas de Caballería en
todas las provincias, asestaban a las tropas españolas continuos descalabros.
En la provincia de la
Matanzas, la
Brigada de Cárdenas, al mando del sin par General Carlos
María de Rojas, en una pequeña región del norte de la misma entre las ciudades
de Matanzas, Cárdenas y Varadero, no dio tregua a los feroces iberos.
Cuba no necesita un Aníbal, o un
Escipión el Africano, Carlomagno o Napoleón. Cuba tiene a Antonio Maceo. Cuando
en la isla se quiere elevar a un grado superlativo el valor de un ser humano,
basta solo una rase: - Ese los tiene tan grandes como Maceo.
Lo tenía todo en su apostura
epónima. Era alto, mulato, atlético, varonil, con un valor fuera de lo común. A
su rostro sin imperfecciones al decir de algunos de sus amigos, lo adornaba una
sonrisa que heredó de su progenitora “La Madre de la Patria”, Mariana Grajales.
El Titán de Bronce no era lo que
pudiéramos llamar un cubano común. No fumaba ni bebía, así como no admitía, es
más, castigaba con duras penas a aquel que pronunciara malas palabras en sus
campamentos. Quienes lo conocieron se asombraban por su notable refinamiento,
educación y cortesía, que se confirmaban en un hablar pausado, que no fue más
que un recurso con el cual superó la tartamudez que padeció de niño.
Adquirió por voluntad propia una
cultura elevada. Leía casi toda la buena prensa de su época. Entre sus lecturas
favoritas se encontraban las obras de Víctor Hugo, la poesía del alemán Heine;
los poetas cubanos, como Julián del Casal y José María Heredia. Siempre
creyó en la necesidad de la superación cultural cultura y la información para poder
mandar y dirigir.
Fue herido muchas veces en
combate. Al punto de que entre su tropa se fomentó el mito de su inmortalidad Se
calcula que intervino en más de 600 acciones combativas, entre las que se
cuentan alrededor de 200 combates de gran significado. Su cuerpo estaba marcado
por 26 cicatrices de guerra, de las cuales recibió 21 en la contienda del 68.
De niño fue preparado por su
padre, en el uso de las armas y en el arte de la equitación. Desde el primer
combate donde es ascendido a sargento, hasta que alcanza a machete limpio los
grados de Mayor General, va despertando el cariño de sus soldados. El no se
esconde, siempre está donde pican las balas, y donde la muerte acecha. Cuida a
su tropa que lo idolatra. Solo el Mayor Ignacio Agramonte despertó un cariño
similar al del Titán entre sus subordinados en la historia de la Patria.
Soldado leal de la República, nunca su
nombre aparecerá vinculado a ninguno de los movimientos sediciosos o
divisionistas en el campo de la Revolución. Combatió la discriminación racial, y
el racismo en cualquier dirección casi con tanta fuerza como enfrentaba a las
tropas españolas. Cuando muchos al decir de Martí “dejan caer la espada” de la
lucha, el la levanta inhiesta en Baraguá, y salva la continuidad de la Revolución. Alguien
como él no puede admitir la paz sin la abolición de la esclavitud, y la
independencia total de la tierra que lo vio nacer.
El que emite el calificativo de “cruel”
no conoce nada de la limpia ejecutoria del General Antonio en la guerra. Cuando
en las “Llanadas de Juan Mulato”, el Batallón de San Quintín es prácticamente
exterminado, sin acceder a la rendición, deja marchar a los sobrevivientes con
una frase: - Yo nunca podré gritar, Viva España, pero si puedo gritar ¡Vivan
los valientes del Batallón de San Quintín!, admirado por el valor sobrehumano
de aquellos hombres. Famosa es su expresión al conocer que ciertos cubanos
planeaban secuestrar al Capitán General Arsenio Martínez Campos cuando acudía a
la entrevista de Baraguá: - Aquellos que quisieran proceder mal con ese señor,
tendrían que pisotear mi cadáver; no quiero la libertad si va unida la
deshonra. En cierta ocasión horrorizado por los destrozos que en las bajas del
enemigo provocó la utilización de una gigantesca mina, se comprometió a no
emplear jamás esa arma de guerra y lo cumplió cabalmente.
La política de la Tea incendiaria no era de su
agrado al inicio de la contienda. El General Antonio era partidario de
preservar la riqueza azucarera, para de esa manera, mediante un impuesto de guerra,
a nombre del gobierno de la
República en Armas, recaudar fondos para la Revolución. Sin
embargo, como soldado disciplinado, acató las órdenes del General en Jefe
Máximo Gómez, y del Delegado José Martí en sus Circulares a todos los mandos
del Ejército Libertador, de aplicar la tea incendiaria, con el objetivo de
destruir la base económica de la colonia, en detrimento del gobierno de España.
La invasión de Oriente a
Occidente, comenzada el 22 de octubre en 1895 en Mangos de Baraguá, y culminada
el 22 de enero del mismo año en Mantua, después de cruzar con su contingente
invasor de 3500 mambises, comandados por él y el Generalísimo, un territorio
defendido por 250 000 soldados de línea y 100 000 guerrilleros cubanos al
servicio de España, poseedores de modernas comunicaciones telefónicas y
telegráficas, vías férreas, poderoso armamento, un trocha militar de Júcaro a
Morón con más de 100 fuertes, fortines y nidos de ametralladoras, constituye un
logro en la historia militar del mundo que no tiene similar. Ese trayecto lo
hizo derrotando a las tropas españolas en los grandes combates de La Reforma, Iguará, Los
Indios, Casa de Tejas, Manacal, Manicaragua, El Quirro, Siguanea, el simpar Combate
de Mal Tiempo, La Colmena,
Coliseo, Calimete y ya en Pinar del Río en las acciones de Cabañas, San Diego, Bahía
Honda, La Mulata,
Viñales, Las Taironas y Tirado.
Ni la muerte en San Pedro pudo
detener su gloriosa existencia. El sigue viviendo en todos nosotros, como aquel
joven habanero, que conocedor de su lugar de enterramiento, prefirió morir de
hambre durante la Reconcentración
antes que revelarle a la bestia de Weyler el lugar sagrado de la Patria donde todavía hoy
reposan sus restos. Cuando muchos todavía no se explican el porqué de la
resistencia sin parangón del pueblo cubano ante las agresiones del imperialismo
yanqui, olvidan que somos herederos de aquel héroe que un día en carta a un
amigo proclamó:
“La dominación española fue mengua y baldón para el
mundo que la sufrió; pero para nosotros es vergüenza que nos deshonra. Pero
quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en
sangre, si no perece en la lucha. Cuba tiene muchos hijos que han renunciado a
la familia y al bienestar, por conservar el honor y la Patria. Con ella
pereceremos antes que ser dominados nuevamente; queremos independencia y
libertad.”
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