Por Eduardo
“Sé quieta, sé
solidaria,
sé amiga de la marea;
sueña, sueña que pasea
Plácido con su Plegaria.”
sé amiga de la marea;
sueña, sueña que pasea
Plácido con su Plegaria.”
Fragmento del “Canto a Matanzas” de Carilda Oliver Labra
En mi quehacer cotidiano debo
pasar varias veces al día frente al Hospital Provincial José Luis López
Tabranes, antiguo Reina Mercedes. Ya frente a la portada, nunca puedo evitar
dirigir la vista hacia el busto de bronce que se encuentra en la escalinata que
conduce a la puerta principal. Desde su pedestal, tal pareciera que el rostro
de un hombre joven vigilara el transitar de las personas que caminan por la
acera aledaña. Es la imagen de nuestro mártir poeta, Gabriel de la Concepción Valdés,
el inmortal Plácido.
Ayer 28 de junio se cumplió un
aniversario más, el ciento sesenta y siete, de su fusilamiento injusto a manos
del gobierno colonial español, como resultado de los procesos judiciales
vinculados al Proceso de la
Escalera.
Plácido sufrió desde su niñez muchos
estigmas. En una sociedad colonial, esclavista y racista, no era negro, pero
tampoco era blanco, era llanamente hablando, un mulato. Su llegada al mundo
sobrevino a partir de un parto no deseado. Fue hijo natural de Concepción
Vázquez, bailarina española nacida en Burgos y de Diego Ferrer Matoso,
peluquero cubano de la raza negra. A los pocos días de nacido, su madre
depositó a Plácido en el torno de la Casa Cuna o Real Casa de Beneficencia y
Maternidad de La Habana. Su
nombre, Gabriel de la
Concepción, estaba escrito en una nota que le acompañaba al
ser dejado en el hospicio. Como todos los expósitos recibió el apellido
“Valdés”, en honor al Obispo de la
Habana de igual apellido que fundó la
Casa Cuna, años antes.
Posteriormente su padre lo adoptó
y mantuvo hasta que tenía unos diez años, entregándolo más tarde a la abuela
paterna del niño, al partir su padre hacia México, de donde no regresó. Creció
en la pobreza, con todos los perjuicios de ser mulato en una colonia donde
existía la esclavitud. Durante niño acudió a diversas escuelas públicas, aunque
su educación no puede considerarse que haya sido muy sistemática. Ingresó como
estudiante en el taller de Vicente Escobar aprendiendo allí dibujo y
caligrafía. Dos años más después, en 1823, consiguió empleo como aprendiz de
tipógrafo en la imprenta de José Severino Bolaño. Por aquel entonces ya sus
dotes de poeta comenzaban a conocerse, pero las entradas económicas que le
proporcionaba su talento no eran suficientes, por lo que aprendió el oficio de
peinetero. En nuestro Museo Provincial Palacio de Junco se conservan dos peinetas
labradas por el bardo.
Aunque su niñez se desarrolló
fundamentalmente en La Habana,
a partir de 1926, ya de adulto, poseedor de un oficio artesanal y su talento
como poeta se trasladó a Matanzas. Se conoce que durante el resto de su
existencia, su vida transcurrió en períodos de tiempo alternos entre las dos
ciudades, llegando inclusive a tratar de establecerse en la provincia de Las
Villas, pero tuvo que regresar a Matanzas. Creo que nadie en Cuba, ni los
investigadores más osados se atreven a cuestionar la matanceridad de nuestro
poeta mártir. Es posible que si su trabajo literario no hubiese sido dado a
conocer en una ciudad donde la poesía flota en el aire, y donde ya ocurrían
eventos tan significativos para la cultura cubana como las Tertulias de Domingo
del Monte, su obra se hubiera perdido en la vorágine de los tiempos.
Por aquellos años, además de
participar en las mencionadas Tertulias, logró un puesto de redactor en La Aurora de
Matanzas, con un salario de 25 pesos mensuales. Escribía diariamente,
versos dedicados a la celebración de bautizos, bodas o un cumpleaños. Algunos de
sus detractores critican furibundamente esta poesía de Plácido, endilgándole
duros calificativos, los más suaves de los cuales casi siempre fueron los de
poesía cursi y banal. El poeta era un hombre muy pobre, y la situación
económica difícil, que siempre le
acompañaba, le obligaba a crear estos productos literarios, a cualquiera que se
los pagara, y le garantizara de esa forma su sustento diario.
Plácido era un hombre de ideas
liberales, bohemio con una gran capacidad de improvisación, que frecuentemente
participaba en las fiestas y actividades de la poderosa sacarocracia matancera
que le contrataba por su talento e ingenio. Los ideales patrióticos de Plácido,
también han sido motivo de controversia y cuestionamiento. Por un lado creaba
versos de elogio a la reina de España, María Cristina (“Sabia y excelente
Reina, a quien admira / extasiado de gozo el pueblo hispano, / oye la voz de un
vate que respira / aura de Libertad, oye a un Cubano”), y por el otro escribía
exaltados versos de corte patriótico como el conocido soneto “El juramento”,
que fue usado como prueba de infidencia en el proceso que contra él siguió el
Gobierno de España en la isla, y que termina proclamando: “Ser enemigo eterno
del tirano; / manchar si me es posible mis vestidos / con su execrable sangre,
por mi mano; // derramarla con golpes repetidos, / y morir a las manos de un
verdugo, / si es necesario, por romper el yugo”.
Sin embargo nuestro Plácido recibió
en nuestra ciudad la visita del gran José María Heredia. Una leyenda matancera,
con fuertes visos de realidad, propala que Heredia lo instó a partir con él
hacia su destierro en México. Lo realidad es que el gran poeta visitó a Plácido
y le trató como su igual, lo cual implica ser poeta y ser cubano.
La popularidad del poeta causaba
resquemor a los que envidiaban su facilidad de versificación, así como la
calidad de sus composiciones literarias. Si hubiese sido blanco como José
Jacinto Milanés hubiera muerto en su cama, pero un mulato cuarterón no podía
presumir de exhibir tal derroche de talento. Tamaña petulancia debía ser
castigada, y al suceder en la isla el fatídico Proceso de la Escalera Plácido
es acusado, llevado a juicio y condenado a morir fusilado, pena que fue
ejecutada el 28 de junio de 1844.
Un de los gestores de nuestra
nacionalidad, el venezolano cubano Domingo del Monte le ha culpado de haber
delatado el 23 de junio de 1844, ante el Presidente de la Comisión Militar
de Matanzas, a 55 personas. Sin embargo no existe constancia de que haya
firmado nunca tal delación. A pesar de las dudas, lo cierto es que el bardo fue
uno más entre los miles, que asesinó en ese año negro el colonialismo español
sediento de sangre, con el objetivo de escarmentar a los díscolos criollos.
Plácido según el historiador Julio Le Riverend no fue otra cosa que “una
doliente víctima de la ferocidad colonialista”.
Los matanceros sabemos, que
estuvo en capilla ardiente en una celda que todavía existe, en el entonces
Hospital de Reina Mercedes. Que lo sacaron junto con otros diez compañeros de
infortunio, y que dignamente caminaba con un pañuelo blanco anudado a su
frente, mientras proclamaba a viva voz su postrera “Plegaria a Dios”. Los
condenados fueron fusilados junto al mar. Plácido fue vuelto de espaldas al
pelotón para ser fusilado como traidor. Sin embargo sus captores nunca
imaginaron que para un ser de su estatura humana, el haber muerto mirando las
aguas azules de la Bahía
de Matanzas, fue una bendición de aquel Dios al cual invocaba en su verso
ardiente. Cuando después de la primera descarga todavía permanecía con vida,
clamó con voz potente, - A mí disparen.
Sus restos que en el antiguo
cementerio de las Alturas de Simpson recibían el homenaje de sus admiradores, se
extraviaron después de su traslado a la necrópolis de San Carlos. Sin embargo,
Plácido vive en todos los matanceros que lo honramos en esa calle que cruzamos
los versalleros todos los días cuando partimos hacia nuestra labores diarias,
en el monumento del parque que lleva su nombre situado en esa misma vía, en el
busto y en la celda del Hospital Provincial, pero sobre todo en la vigencia de
sus cubanísimos versos, que forman y formarán parte para todos los tiempos de
la rica herencia cultural del pueblo de Cuba.
Plegaria A Dios
Ser de inmensa bondad, Dios poderoso:
a vos acudo en mi dolor vehemente;
extended vuestro brazo omnipotente,
rasgad de la calumnia el velo odioso,
y arrancad este sello ignominioso
con que el mundo manchar quiere mi frente.
a vos acudo en mi dolor vehemente;
extended vuestro brazo omnipotente,
rasgad de la calumnia el velo odioso,
y arrancad este sello ignominioso
con que el mundo manchar quiere mi frente.
Rey de los reyes, Dios de mis abuelos:
vos sólo sois mi defensor, Dios mío;
todo lo puede quien al mar sombrío
olas y peces dio, luz a los cielos,
fuego al sol, giro al aire, al Norte hielos,
vida a las plantas, movimiento al río.
Todo lo podéis vos, todo fenece
o se reanima a vuestra voz sagrada;
fuera de vos, Señor, el todo es nada
que en la insondable eternidad perece;
y aun esa misma nada os obedece,
pues de ella fue la humanidad creada.
Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia,
y pues vuestra eternal sabiduría
ve al través de mi cuerpo el alma mía,
cual del aire a la clara transparencia,
estorbad que, humillada la inocencia,
bata sus palmas la calumnia impía.
Estorbadlo, Señor, por la preciosa
sangre vertida, que la culpa sella
del pecado de Adán; o por aquella
madre cándida, dulce y amorosa,
cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa,
siguió tu muerte como helíaca estrella.
Mas si cuadra a tu suma omnipotencia
que yo perezca cual malvado impío,
y que los hombres mi cadáver frío
ultrajen con maligna complacencia,
suene tu voz y acabe mi existencia...
¡Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!
Fuentes:
Juan Nicolás Padrón. Gabriel de la Concepción Valdés
(Plácido): una víctima del colonialismo y del racismo. http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/7816/7816.html
Centro Ibero Americano del Verso y la Décima Improvisado.
http://www.diversarima.cult.cu/Biblioteca/Biograf%C3%ADas/tabid/66/Default.aspx?PageContentID=108
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