lunes, 4 de julio de 2011

Cartas a mis niños. Cuento sobre el origen del nombre de Matanzas.

Familia siboney
  Por Eduardo

Queridos niños míos:
Hace algunos días escribí este cuento para que aprendan algunas cosas acerca de la historia de los primeros habitantes de Matanzas. Como imaginarán esos primeros habitantes eran indígenas. También me tracé como objetivo que conocieran el origen del nombre de nuestra ciudad. Al final del texto de la historia les incluyo un vocabulario con aquellas palabras que creo yo, pueden no conocer. Ojalá les guste este cuento, porque lo hice pensando en ustedes, y en él puse todo el amor que les tengo y el deseo de volver a ver mi querida Ciudad de Matanzas. Sigan portándose como niños buenos. Sean buenos pioneros, y traten de ser como dice el lema, siempre como el Che.
Los quiere mucho papá, y tío Eduardo

Había una vez en Yucayo.

Guayacay es un niño indio. Claro que él no sabe que es un indito. Ese nombre se lo darán a él y sus coterráneos los conquistadores españoles, que al tratar de encontrar las Indias y el tesoro del gran Khan navegando hacia el oeste, dieron de bruces con nuevas tierras, a las que un día darán también el nombre de América. Pero en realidad estos hombres se llaman a sí mismos siboneyes. Por tanto, podemos afirmar que sin lugar a dudas Guayacay es un pequeño siboney. Los siboneyes no cuentan el tiempo como nosotros, sino en lunas, soles y en estaciones. En el momento en que transcurre nuestra historia, Guayacay tiene una edad, que contada en cantidad de estaciones acumuladas, equivale a unos 10 años de los nuestros. Nuestro protagonista vive en un pequeño poblado siboney llamado Yucayo.

¿Que donde queda situado Yucayo? Pues bien, el mencionado pueblecito queda ubicado dentro de un hermoso valle, donde el color verde de la exuberante vegetación se confunde con el azul del río que lo cruza. Ese río es llamado Yumurí por Guayacay y sus amigos. Guayacay se baña en las aguas del Yumurí tres o cuatro veces en el día. A pesar de que anda desnudo, el poderoso sol de Cuba, que es como los aborígenes de nuestra historia llaman a la tierra donde viven, invita a darse continuos chapuzones.
Su padre, el cacique Guarionex, porque no había aclarado que Guayacay es un principito entre los siboneyes, le ha enseñado como sumergirse en el agua para cazar patos llevando una güira en la cabeza a guisa de sombrero. Deslizándose entre los güines de la orilla, con la testa sumergida hasta la nariz, Guayacay espera con paciencia a que el pato, creyendo que la güira es una piedra del río, se pose en ella. Entonces - ¡Záz! - rápidamente Guayacay atrapa al pato por sus palmeadas patas, y dando saltos y gritos de alegría se lo lleva a su madre, la bella Guarima, para que lo cocine. Porque los siboneyes, aunque se dedican un poco a la agricultura, son más cazadores y recolectores que agricultores. La exuberante naturaleza virgen del Valle del Yumurí, les provee de una gran variedad de frutos y animales para su subsistencia.
Es por ello que nuestro pequeño amigo sabe pescar caguamas usando un guaicán. ¿Qué que cosa es un guaicán? Los que vivimos ahora en las tierras de este cuento le llaman pez pega. Es un pececito que en la cabeza tiene una ventosa natural. Con ella el citado pez, que es un poco vago, y no le gusta gastar sus energías nadando por sí solo, se adhiere a una caguama o a un carey, que son dos tipos de tortugas marinas, que los siboneyes nombran de esa manera, o a un enorme tiburón, y de esa manera, como un pasajero a bordo de una embarcación, se traslada de un lugar a otro.
Como ya hemos aclarado que los guaicanes son peces un poquitín vagos, no se toman el trabajo de buscarse el alimento. Cuando la tortuga o el tiburón que les sirven de hospederos, capturan una presa, para su propia alimentación, como buenos parásitos devoran los restos de la cena de sus remolques.
Pues el cacique Guarionex, un día llevó a Guayacay a navegar en canoa río abajo, hasta las azules aguas de una hermosa bahía que ellos llaman Guanima. Allí, valiéndose de un fino cordel o cabuya, del que colgaba un anzuelo hecho de espinas de pez, lograron capturar un guaicán. A diferencia de otros peces destinados a la cocina, que Guarionex y Guayacay iban depositando en una canasta, en esta ocasión ataron una larga cabuya a la cola del guaicán y lo devolvieron a las aguas.
El guaicán nadó, y nadó, hasta que en su camino encontró una enorme caguama. No podemos decir que sin pensarlo dos veces, porque los peces en realidad, lo que se dice pensar, no piensan, se adhirió al caparazón de la tortuga. El cacique Guarionex sintió que algo, o alguien, tiraba de la cabuya con una fuerza, que nada tenía que ver con la que exhibiría un pececillo como el Guaicán. Durante unos 15 minutos Guayacay gobernó con el remo corto la canoa, que años antes su padre y su abuelo, el viejo cacique Guabay, construyeron del tronco de una enorme caoba, valiéndose del fuego y de sus hachas de piedra pulimentada.
Mientras Guayacay trataba de controlar la embarcación, su padre fue trayendo hacia sí la caguama, que el guaicán retenía con su potente ventosa. Cuando la caguama se encontró junto a la canoa, el cacique Guarionex golpeó su cabeza con la macana hasta dejarla sin vida. Esa macana, hecha de dura madera de baría endurecida al fuego, el cacique la había heredado de su padre, Guabay, el gran guerrero. Los siboneyes de Yucayo son gente muy pacífica, pero en ocasiones se ven precisados a luchar con valor por sus vidas y sus propiedades. Los Caribes, guerreros feroces, que en sus largas canoas de guerra, viajan por las islas cercanas a Cuba, en numerosas ocasiones atacaron Yucayo. Pero siempre encontraron una férrea resistencia de parte de los Siboneyes, que encabezados por Guabay lucharon muchas veces con denuedo hasta alcanzar la victoria.
Como Mabuya, el Dios del Trueno, se abatió sobre sus enemigos, su macana batía los cráneos y los cuerpos de los caribes, como el viento del Huracán arranca las mazorcas del maíz que siembran nuestros héroes en el verde valle del Yumurí. Pero un día los Caribes atacaron por sorpresa y el viejo cacique libró su última batalla.Una flecha arrojada desde una de las canoas, que remontando el río Yumurí había llegado hasta Yucayo, se le encajó en su poderoso pecho. Al caer, como caen los héroes, porque quién muere defendiendo su tierra, sea siboney o taíno, siempre será un héroe, su joven hijo Guarionex tomó de sus yertas manos la macana, y lanzando su grito de guerra, lanzó a todos los valientes del caserío sobre los invasores y los derrotó. Ese día el behíque cantó las hazañas de Guabay, y enterraron su cuerpo con todos sus atributos de jefe y sus armas, excepto la macana, que el ahora joven cacique Guarionex, conservó para sí.
Sin embargo como los siboneyes prefieren la paz, ahora la guerrera macana los ayuda a procurarse el sustento. Con la caguama a bordo, el niño y su padre regresaron remando hacia Yucayo. Como los siboneyes todo lo comparten, ese día hubo areíto en el batey del poblado, donde se jugó batos, y se bailó al son de los tambores de madera ahuecada y de maracas hechas de güiras. Entre todos se dieron a la tarea de devorara, hasta chuparse los dedos, la carne asada de la caguama.
Para acompañar el banquete de carne de tortuga, las mujeres prepararon el casabe. Desde hacía días habían rayado la yuca en un guayo hecho de una tabla de madera con piedrecitas insertadas. Después pusieron a secar la masa hasta obtener la harina de yuca. Con esta harina amasada con agua, hicieron unas enormes tortas, que cocinaron sobre unos fogones de piedra llamados burenes. El burén no es más que una piedra plana puesta sobre otras piedras de menor tamaño. Debajo del burén los siboneyes colocan la leña y la encienden. Cuando la piedra circular está caliente se vierte sobre ella la masa amasada del casabe y se voltea hasta que la torta queda bien cocinada.
Como habrán advertido, el casabe es a los siboneyes, lo que es el pan para otros pueblos del mundo. Para alegrarse, mientras devoraban enormes trozos de carne de caguama, y bailaban al son de los tambores, los siboneyes beben una especie de cerveza, que obtiene fermentando los granos del maíz. Siempre se baila en el Batey, que es como una plazoleta en el centro del poblado. Alrededor de este se construyen todas las casas. Los siboneyes viven en bohíos hechos de yaguas y hojas de las palmas. Guayacay, no vive en los bohíos de base rectangular. Por ser hijo del cacique vive en un Caney, que es un bohío, pero de base circular, con el techo en forma de un enorme cono.
Ahora todos aspiran el humo producido por las hojas de la cohíba. Para ello queman las hojas secas en unas pequeñas cazuelas de barro, y aspiran el humo con un tubito hecho de la corteza de los árboles que llaman tabaco. Hace algún tiempo, solo el behíque de la aldea, aspiraba el humo de la cohíba para evocar a los espíritus. Pero ahora muchos prefieren tratar directamente con los dioses, y han adquirido ese hábito.
Como solo las mujeres casadas llevan unas cortas faldas llamadas naguas; para vestirse de gala y de fiesta, no les queda otro remedio que pintar sus cuerpos. Y no es igual esta pintura de fiesta, que la que usan cuando se va a la guerra. Los colores los obtienen de las plantas, los suelos, las rocas, y algunos moluscos.
El banquete terminó bien tarde en la madrugada. Ese día Guayacay no dejó de buscar la mirada de Yaíma, la hija del behíque. Yaíma es su compañera de juegos y la preferida de su corazón. Para ella ha terminado un collar de cuentas hechas con conchitas de las playas de Guanima, que recolectó con su padre, en una de sus frecuentes excursiones por las azules aguas de la bahía. Algún día los dos se convertirán en un hombre y una mujer, y se casarán en una ceremonia muy bonita. Y tendrán hijos fuertes que heredarán de Guayacay, la macana del gran Guabay.
Muchos años después, cuando ya Guayacay y Yaíma solo forman parte del recuerdo de los habitantes de Yucayo, llegarán a esas tierras un grupo de hombres extraños de piel blanca. Vienen vestidos de ropas muy raras, llevan cabellos en el rostro, y en sus manos traen armas nunca antes vistas por los aborígenes. Extrañas macanas, que brillan a la luz del sol, y unos palos que vomitan fuego y causan la muerte desde una distancia mayor, de la que el mejor arquero que haya existido, pueda alcanzar un blanco.
Hasta los oídos de Guayacabex, el cacique que desciende de la estirpe del Gran Guabay, han llegado rumores de que estos hombres aman el excremento de los dioses, al que llaman oro. Para conseguirlo han exterminado poblados enteros de taínos y siboneyes. El que viene al frente de estos refiere, valiéndose de un siboney que traen atado con unas extrañas cabuyas, que ningún cuchillo de piedra podría cortar (no son otra cosa que cadenas), que provienen del poblado taíno de Habaguanex (nuestra Habana), y que desean atravesar la bahía de Guanima para internarse en las tierras de la ribera opuesta, y viajar hacia donde nace el sol.
Guayacabex informa al siboney que diga a los hombres blancos que consiente en trasladarlos. Es mediodía cuando en cuatro canoas embarcan juntos siboneyes y hombres blancos. Estos hombres de tez blanca y caras barbadas provienen de España, la nación que desde hace unos 10 años dice ser dueña de Cuba, a la que llamaron Juana, como la hija loca de los Reyes Católicos, pero que a la que todos, españoles y los ahora llamados indios, continúan nombrando con su nombre indígena.
Cuando las canoas alcanzan el centro de la bahía de Guanima, Guayacayex lanza su grito de guerra y la orden de ataque. Asaltan a los españoles a pecho descubierto, con sus macanas y cuchillos de piedra. Cuando caen algunos siboneyes alcanzados por las balas de los arcabuces, Guayacabex ordena voltear las canoas. Es la muerte para catorce de los españoles. Solo sobreviven dos, un hombre y la única mujer que viajaba en el grupo. Los demás miembros del grupo se hundieron en el fondo de la inmensa bahía arrastrados por sus armaduras y el peso de las armas de acero.
Las noticias de estos sucesos atravesarán la isla y desde entonces los españoles nombrarán a la bahía de Guanima, como el Puerto de la Matanza. Así aparecerá en los primeros mapas hechos por los conquistadores de la isla de Cuba. Porque los siboneyes y taínos no sabían dibujar mapas. Ellos navegaban a lo largo de las costas guiándose por las estrellas y el sol. Como seres humanos poseían un desarrollo intelectual y tecnológico equivalente a cientos de años de retraso con relación a los europeos. La Historia no les dejó otra opción que desaparecer de las tierras que un día fueron suyas, exterminados por el trabajo esclavo, la brutalidad, y las enfermedades que los españoles trajeron de Europa, y que antes no existían en Cuba.
Un día 12 de octubre de 1693, en el puerto de la Matanza, que ya por ese entonces se denominaba de Matanzas, se fundó nuestra querida ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas. Aquella que ha sido nombrada a lo largo de los años como Atenas de Cuba, Ciudad de Ríos y Puentes, Ciudad de los Poetas, recibe a pesar del tiempo transcurrido el calificativo de "La Gentil Yucayo".
En ese epíteto, y en el nombre de Matanzas, va el espíritu indomable de esos indios rebeldes, que defendían sus tierras de feroces caribes y crueles españoles. En ella, nació el que escribe estas líneas. En una lejana tierra hermana del Continente Africano, Etiopía, ha querido, al construir esta historia, evocar el azul de su bahía de Guanima, el verde del Abra del Yumurí, y contribuir a que los niños que la vida le regaló, su hijo, y sus sobrinos, al leerla aprendan un poco de la historia y los orígenes de la Ciudad en que vieron la luz por vez primera. Si el esfuerzo ha valido la pena, solo ellos, cuando sean hombres hechos al servicio de esa Patria Inconmensurable que es Cuba tendrán la repuesta.

Eduardo

Vocabulario

Arcabuz: Arma de fuego antigua. Se cargaba por la boca del cañón. Más pequeña que los moquetes, era similar a los actuales fusiles.

Areíto: Fiesta indígena.

Batey: Plaza situada en el centro de los poblados indígenas.

Batos: Juego que consistía en mantener una pelota en el aire golpeándola con diferentes partes del cuerpo. Se jugaba en dos equipos.

Behíque: Sacerdote indígena.

Bohío: Casa indígena hecha de Yaguas y hojas de la Palma Real

Burén: Fogón indígena hecho de piedra. Se utilizaba para cocinar el casabe.

Cabuya: Soga hecha de bejucos.

Cacique: El Jefe de la tribu.

Caney: La casa donde habitaba el cacique.

Caguama: Tortuga marina de gran tamaño.

Canoa: Embarcación hecha de un tronco de árbol al que ahuecaban con ayuda del fuego.

Caribes: Indígenas Guerreros que provenientes de las costas de Venezuela, atacaban a las poblaciones indígenas de la cuenca del mar que recibió su nombre de ellos mismos

Carey; Tortuga marina de mediano tamaño. Las conchas de su caparazón son muy hermosas.

Guanima: Nombre aborigen de la bahía de Matanzas.

Guayo: Instrumento fabricado para rayar la yuca y el maíz.

Casabe: Especie de pan indígena hecho de Yuca.

Cohíba: Es como lo indígenas llamaban a la planta y la hoja de tabaco.

Guaicán: Pez rémora, conocido en Cuba como “pez pega”.

Güira: Fruto del árbol del mismo nombre. Se caracteriza por poseer una cáscara que cuando se seca, forma una especie de recipiente natural.

Güines: Planta que crece en las orillas de los ríos cubanos.

Habaguanex: Poblado indígena existente donde hoy se encuentra la ciudad de La Habana, capital de la República de Cuba.

Nagua: Falda usada por las indias después de casadas hechas de algodón tejido.

Macana: Especie de maza hecha de madera dura.

Siboneyes: Aborígenes de origen arauaco. Habitaban principalmente la zona occidental y central de la isla de Cuba. Algunos autores los consideran recolectores cazadores, pero evidencias arqueológicas demuestran que quizás por el contacto con los taínos ya practicaban la agricultura y vivían en poblados.

Tabaco: Era el nombre de la pipa, con la que los indígenas aspiraban el humo del tabaco.

Taínos: Otra raza indígena que poblaba nuestras tierras en la época de la conquista española. Vivían principalmente en la parte oriental de la isla de Cuba, pero se encuentran asentamientos en todo el territorio insular. Eran como los siboneyes de origen Arauaco. Pertenecían a la cultura agroalfarera. Fueron los más desarrollados de nuestros aborígenes.

Yucayo: Poblado indígena que existía en las riberas del río Yumurí.

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