Rabindranath Tagore |
Por Eduardo
Queridos niños míos:
Hoy les quiero contar una historia acerca de la importancia de respetar y
querer siempre a los padres. Es un cuento viejo, escrito por un hombre muy
sabio. El poeta y escritor indio Rabindranath Tagore. Cuando era un niñito,
como ustedes, me leí esa historia, y nunca más olvidé la enseñanza que se
transmite en ella. Hubiera querido tener el original de Tagore para enviárselo,
pero como no lo poseo les haré una versión mía y libre del cuento; que no
tendrá la calidad literaria del que escribió ese hombre sabio, que entre otras
cosas ganó el Premio Nobel de Literatura; que es el premio que el mundo entrega
a los grandes del saber en casi todas las ramas del conocimiento, pero
reflejará la anécdota tal y como la visualizo desde lo más profundo de los
recuerdos de mi niñez.
La escudilla de
madera.
Original de Rabindranath Tagore, en versión libre de Eduardo
Había una vez, en un pequeño pueblito, de ese grande y milenario país que
es la India, una familia vivía en una casita hermosa de techo rojo y paredes
blancas. La familia la componían el cabeza de la familia, un hombre joven de
unos 25 años, su esposa, el pequeño hijo de ambos de unos 7 años (el niño tenía
la edad de ustedes), y un anciano venerable de barbas y cabellos blancos que
era el padre del joven, y por tanto abuelo del pequeño niño.
En un país donde existían personas muy ricas y poderosas, que recibían el
título de Rajá, que es igual a decir príncipe en nuestra lengua, y otras muy
pobres que mendigaban el pan de su sustento por las calles de los pueblos; la
familia de nuestro cuento no vivía en la miseria. El anciano venerable de
barbas blancas, como todos los abuelos, una vez fue joven y fuerte. En ese tiempo
trabajó un pedazo de tierra que heredó de sus padres con tesón y ahínco. Con el
fruto de su esfuerzo logró que su esposa y su hijo, que es el hombre joven de
nuestra historia, no sufrieran nunca el hambre que afectaba a miles de hombres,
mujeres y niños en esa tierra.
Día a día, como hacen los hombres que hacen del esfuerzo diario su credo,
se levantaba bien temprano en las mañanas, se dirigía a su tierra para regar
las simientes (es lo mismo que decir semillas) que plantaba con sus manos, con
el sudor de su frente. Sin embargo, no todo lo que sembraba era para su
familia. El, como todos los campesinos, debía entregar parte de su cosecha al
Rajá, que vivía parasitariamente del trabajo de su pueblo. Porque el rico nunca
dobla la pelvis y se inclina ante la tierra para sacarle los frutos. Los ricos
desde tiempos inmemoriales, viven como sanguijuelas del trabajo de los demás. Y
entre todos los ricos, los Reyes y los Príncipes, siempre han sido los mayores
expoliadores. Pasan su existencia casi siempre entre el lujo y la opulencia,
mientras el pueblo sufre en sus míseras casas el flagelo terrible del hambre.
Pero volvamos a nuestra historia, como todos los hombres, aquel hombre vio
pasar su vida ante sus ojos, y un día descubrió que sus brazos no tenían ya la fuerza
que antes tuvieran, y que sus ojos ya no veían con la misma nítida claridad de
antaño. Su cabello y su barba se tornaron blancos, y su piel antes tersa y
lozana se cubrió de arrugas. Como todo hombre en esta tierra, nuestro héroe se
convirtió en anciano. Su amada esposa, que también era anciana, un día
repentinamente murió y perdió a la compañera de toda su vida.
El hijo de nuestro anciano creció al lado de su padre, y como cada día observó
a su progenitor luchar por el sustento de su familia, aprendió de él la entrega
al trabajo, y las técnicas para hacer que la tierra patrimonial fructificara.
En la India
existe la costumbre de que el Jefe de la Familia ocupe siempre el lugar de honor en la
mesa a la hora de la comida. Nuestro anciano, no solo por edad, sino por el esfuerzo
realizado y por merecimiento ganado, siempre ocupó este sitio en el comedor de
la casita de techo rojo y paredes blancas. A su hijo nunca la pasó por la mente
disputarle al padre el lugar de honor en la mesa patrimonial, porque en esas
lejanas tierras es asunto de mucha importancia el rendirle tributo y
consideración a los mayores.
Pero un día el joven se casó con una muchacha que no había sido educada en
los principios del amor a los padres y la veneración a los ancianos. Al mes de
estar casada le dijo al joven.
- Esposo mío, creo que debes ocupar el lugar que te corresponde en la mesa.
Tu anciano padre ya no es quien procura el sustento de la casa, por tanto ahora
tú eres el jefe de la familia y debes sustituirlo en el lugar de honor en la
mesa.
El joven que aunque bueno, era de espíritu débil, y adoraba a su esposa
llamó al anciano y le dijo.
- Padre, ya eres viejo, y tus brazos no tienen fuerzas para levantar el
azadón o manejar el arado. Ya no mereces el puesto de honor. Yo seré a partir
de hoy el Jefe de la Familia.
El anciano no respondió palabra alguna, con un gesto de asentimiento acató
el mandato del hijo sin ninguna objeción.
Poco tiempo después la joven pareja tuvo un hijo que se convirtió en la
adoración del viejo. El niño creció robusto y saludable, porque corría mucho
por los campos y respiraba aire puro. Porque les aclaro que no hay nada para
crecer fuerte y saludable como el ejercicio físico diario y la vida no
sedentaria. Además de eso comía muchos vegetales como tomates, coles,
coliflores, acelgas, habichuelas y otros más que le fijaban todos los
nutrientes y le fortalecieron las defensas contra las enfermedades. Cuando el
niño tenía siete años, que es la edad de ustedes ahora, la joven esposa dijo a
su cónyuge.
- Amado esposo, ya tú padre no solo es viejo. Ahora además, se ha vuelto
torpe. A veces derrama la sopa en los manteles. El niño debe aprender buenos
modales, y no es conveniente que adopte la manera de comer de tu anciano padre,
al que le tiembla la mano y le es difícil el hacerse llevar el alimento a la
boca. Es mejor que el viejo coma en otra mesa y no en la nuestra.
A partir de ese momento los esposos situaron una mesita sin manteles junto
a la suya, y en ella le servían sus alimentos al anciano. Un día, al viejo se
le cayó el plato donde comía, y quedó al instante convertido en añicos. A la
mañana siguiente la joven esposa le dijo nuevamente a su marido.
- Mi querido, la porcelana está muy cara. No es necesario servirle la
comida a tu padre en un plato fino. A partir de mañana el anciano comerá en una
escudilla de madera, y en vez de la cuchara de plata usará una de madera.
Por si no lo saben, una escudilla es un plato que no es como los que
ustedes usan en casa, sino rústico y artesanal. Se hace de madera o de barro, y
en muchos países los usan los pobres, que no tienen dinero para pagar un plato
de porcelana o cristal. Lo que no sabían los jóvenes padres, es que el niño de
siete años veía lo que ellos hacían y estaba en desacuerdo con el proceder de
sus padres.
El niño quería a su abuelo, porque los niños como decía Martí, son los que
saben querer. Quería al anciano de cabellos blancos que le contaba cuentos de
las luchas entre dioses y dragones, así como las historias de los grandes
héroes de la India.
Porque todo niño debe conocer las historias acerca de los
héroes de su Patria, para tener un día el valor de defenderla ante una agresión
extranjera. El niño no sabía como ayudar a su abuelo, hasta que un día ideó una
estratagema. Buscó dos pedazos de troncos de árbol, un cuchillo y comenzó a
tallar la madera. Al principio sus padres no repararon en él, pero a los dos
días se acercaron al verlo trabajar con tanto ahínco, y le preguntaron.
- Hijo nuestro, ¿a qué dedicas tanto empeño?
El niño, ni corto ni perezoso respondió:
- Estoy enfrascado en una tarea muy importante. Estoy tallando dos
escudillas, y dos cucharas de madera, para cuando ustedes sean viejos poder
servirles su comida. Cuando termine, con ellas, comenzaré a fabricar la mesa
donde los sentaré.
En ese momento los jóvenes esposos repararon en el profundo error en que
habían caído al separar al abuelo de la mesa familiar y desde ese día,
restablecieron al anciano en el lugar de honor en la mesa. Hasta su muerte,
unos años más tarde lo honraron como él se lo merecía. La principal enseñanza
de este cuento es que se debe querer a los abuelos y a los padres con suma
ternura y profundo respeto. Los que hoy son viejos en nuestra familia, un día
nos dieron la vida, lucharon y se esforzaron por darnos alimentación, ropa,
calzado y en la mayoría de los casos y una educación acorde con los más
elevados principios éticos y morales. Quieran mucho siempre a sus abuelos y
padres, cuando sus padres sean viejitos recuerden siempre que ellos los
protegieron y los acunaron en sus brazos, cuando como casi todos los hombres al
nacer, no podían defenderse de los peligros del mundo.
Los quiero mucho a los dos, un beso papá y tío
Eduardo
PD: Hijito. Mamá me contó que no quieres escribir más que oraciones cortas,
y nada de párrafos. Si algún día quieres contar una historia como la que te he
narrado, debes esforzarte en la escuela y escribir párrafos con oraciones
largas. Al principio será difícil, porque no hay camino sin vereda, pero si te
empeñas lo lograrás. Si no, cuando tengas un niño, como te tengo ahora a ti, no
podrás contarles historias ni cuentos por correo, como los que yo te envío
ahora.
Otro beso
Papá
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