Monumento a los Estudiantes de Medicina en la Punta |
Por Eduardo
Hace algunos días, una amiga querida, fiel lectora de este blog, me incitaba a escribir un artículo, debido a que según ella no debía dejarme llevar por lo apretado de mi agenda de trabajo, y reducir mi producción al punto de pasar una semana entera sin publicar algo. De paso me sugirió dos posibles temas: El alzamiento protagonizado por Frank País y sus compañeros del Movimiento 26 de Julio en Santiago, el 30 de noviembre de 1957, o el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina el 27 de noviembre de 1871.
Cualquiera de las dos efemérides son hitos importantes en la historia de Cuba, pero me decidí por rememorar el horrendo crimen perpetrado por el colonialismo español en la isla durante el pasado siglo, debido a que esos inocentes jóvenes inmolados en la flor de sus prometedoras vidas, tenían la misma edad entonces que mis estudiantes ahora. Ellos constituían la juventud universitaria cubana del siglo XIX, y por ello la Federación de Estudiantes Universitarios, de la cual forman parte mis educandos, los consideran sus primeros mártires.
El año 1871 fue demostrativo de la elevada capacidad combativa de las fuerzas del Ejército Libertador de Cuba. El Generalísimo Máximo Gómez invade victorioso el Valle de Guantánamo y derrota a los peninsulares en varios combates memorables. Antonio Maceo alcanza los grados de Coronel, tras vencer en sucesivas acciones a su sempiterno adversario Arsenio Martínez Campos. El 19 de agosto el General Vicente García descalabra a varias columnas del ejército regular de la metrópoli en Santa Rita. Y como colofón a esta ofensiva revolucionaria en todos los frentes donde se combatía, al frente de 35 jinetes de la gloriosa Caballería Camagüeyana, el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz protagoniza el rescate del Brigadier Julio Sanguily, cuando este último era conducido prisionero de una columna formada por más de 200 soldados de línea españoles.
La noticia de la salvaje carga de caballería protagonizada por el “Bayardo” y sus hombres llegó a La Habana, donde el elemento integrista, encabezado por los tristemente célebres Voluntarios, milicias formadas por españoles y cubanos defensores de la causa colonial, destilaban rencor y odio contra todo aquello o aquel que le oliera a simpatizante de la causa independentista. En medio de ese ambiente caldeado, el día 24 de noviembre, ajenos a la tragedia que se les avecinaba, un grupo de estudiantes del primer curso de medicina de la Real y Pontificia Universidad de La Habana, esperaba en el anfiteatro de Anatomía a su profesor, el Dr. Pablo Valencia y García.
Como el profesor no llegaba, un grupo de cinco estudiantes se encaminaron al todavía en servicio Cementerio de Espada, el cual quedaba contiguo al Anfiteatro Anatómico. Cuatro de ellos, Anacleto Bermúdez, Ángel Laborde, José de Marcos Medina y Juan Pascual Rodríguez, montaron en un carromato donde se conducían los cadáveres destinados a las prácticas de disección del Anfiteatro Anatómico, y se pasearon por la plaza que se encontraba frente al cementerio. De unas ofrendas florales que se encontraban a las puertas de las oficinas del cementerio, un joven de solo 16 años, Alonso Álvarez de la Campa, tomó una flor. Esos fueron los hechos acaecidos ese día.
Sin embargo, el celador del cementerio de Espada, nombrado Vicente Cobas, que al parecer no guardaba ninguna simpatía hacia los jóvenes estudiantes, presentó ante el Gobernador Político Dionisio López Roberts, la falsa acusación de que los mismos habían profanado la tumba del periodista integrista Gonzalo de Castañón, quien hacía algún tiempo había muerto en Cayo Hueso, tras un duelo con el patriota cubano Mateo Orozco. Según las declaraciones de Cobas, los acusados se habían valido de un anillo de diamantes, para rayar el cristal que cubría el nicho de la tumba de Castañón.
El Gobernador Político Dionisio López Roberts, deseoso de ganar prestigio ante sus superiores, decidió crear un proceso de infidencia, valiéndose de las falsas declaraciones del infeliz celador. El día 25 se dirigió hacia las aulas del Segundo Curso de Medicina, con el objetivo de apresar a los estudiantes que cursaban ese año académico. La actitud valiente y sin vacilaciones del Profesor Dr. Juan Manuel Sánchez Bustamante y García del Barrio, quien manifestó al representante de la Corona Española, que solo se llevaría a sus educandos prisioneros “pasando por sobre su cadáver”, salvó a los jóvenes de un cruel destino.
No sucedió así en el aula del Primer Curso de Medicina, donde la cobardía del profesor Dr. Pablo Valencia, permitió la encarcelación de 45 estudiantes cuyas edades oscilaban entre los 17 y 21 años. Cuentan que cuando eran conducidos hacia la prisión por una sección de voluntarios de artillería, en la tarde del sábado 25 de noviembre, el pueblo habanero se sorprendió al ver desfilar por las calles de la capital de la colonia, una columna de imberbes muchachos, bien vestidos y de porte distinguido, a los que nada en su aspecto relacionaba con la figura de los bandidos de entonces. Llegaron a su lugar de encierro a las 8.00 de la noche. Entre los prisioneros se encontraba, Fermín Valdéz Domínguez, el amigo entrañable de José Martí, a quien ya había acompañado en el proceso que se les siguió a ambos por infidencia, hacía apenas dos años.
El 26 de noviembre el Segundo Cabo, General Romualdo Crespo, pasaba revista a las tropas de voluntarios, cuando estos de manera desaforada exigieron a la segunda autoridad colonial en Cuba, que los “traidores” prisioneros debían pagar con sangre el “crimen” que habían cometido. El General Crespo de manera pusilánime, y ante la presión de los voluntarios, ordenó el enjuiciamiento de los jóvenes estudiantes apresados, mediante Consejo de Guerra Sumarísimo. El tribunal original estuvo formado por seis capitanes del Ejército Regular, pero los voluntarios exigieron que a estos se les adicionaran 9 capitanes del Cuerpo de Voluntarios.
Nuestros compatriotas tuvieron en el Capitán del Ejército Español Federico Capdevilla su más valeroso paladín. Este pundonoroso militar, quien había sido nombrado abogado defensor de los estudiantes, defendió la inocencia de aquellos muchachos a riesgo de su propia vida. La turba de voluntarios que inundaba la sala de la vista, y rodeaba el edificio de la Cárcel de La Habana, donde se celebraba el juicio, se le abalanzaba constantemente y le ofendía, al punto que el digno capitán tuvo que abofetear a uno de los capitanes del Cuerpo de Voluntarios.
Desde altas horas de la noche del 26 hasta las primeras luces de la mañana del día 27 deliberó el Consejo de Guerra. Cuando los voluntarios conocieron el fallo, que no incluía la pena capital, sino fuertes condenas de cárcel, se amotinaron nuevamente, exigiendo que el “crimen” de los estudiantes de medicina debía “lavarse con sangre”. Se efectuó un segundo juicio, donde se acordó fusilar a los cuatro estudiantes que había jugado con el carro del cementerio, y al joven imberbe que simplemente había arrancado una flor. Pero el Cuerpo de Voluntarios, no estaría aún satisfecho. A manera de escarmiento, y por sorteo, tres nuevos nombres se añadieron a la lista de condenados. Ellos fueron: Carlos Augusto de la Torre y Madrigal, Eladio González y Toledo, y por último un matancero, habitante de mi barrio de Versalles, Carlos Verdugo y Martínez. En el colmo de la infamia, mi coterráneo Carlos Verdugo, se encontraba el día 24 de noviembre en Matanzas, por tanto nada tenía que ver con la acusación que lo llevaría a la muerte.
A la 1.00 de la tarde se firmó la sentencia, la cual fue leída a los 8 condenados a muerte, los cuales fueron conducidos a capilla a las 4 de la tarde. Media hora después se les condujo a la emplanada de la Punta, donde frente a los muros del desparecido edificio del Cuerpo de Ingenieros. Fueron fusilados, de dos en dos, de espaldas y de rodillas. Dirigió la ejecución el capitán de voluntarios Ramón López de Ayala.
No lejos de allí, en el café El Louvre, al oír las descargas de fusilería que sellaban el infame crimen, en gesto viril, el Capitán del Ejército Español, Nicolás Estévanez, sacando su sable de su vaina, lo quebró sobre su rodilla y lo arrojó al suelo ante la vista de todos los parroquianos, manifestando que después de haber visto cometer semejante infamia, no podía compartir armas con las bestias que habían cometido tal asesinato.
Los estudiantes fusilados fueron enterrados en una fosa común, en los terrenos donde posteriormente se emplazaría el Cementerio de Colón. Sus compañeros fueron condenados a diferentes penas: once a seis años de presidio, diecinueve a cuatro años de prisión y cuatro a seis meses de reclusión. Solo fueron absueltos dos.
Al salir con vida de aquella horrible experiencia, Fermín Valdés Domínguez viajó a España, donde compartió exilio y vida estudiantil con su hermano José Martí. Terminada la guerra de los Diez Años, y ya graduado de médico, se dedicó a llevar a cabo la reivindicación de sus hermanos asesinados. Años después, mientras se realizaba la exhumación de los restos de Gonzalo de Castañón para trasladarlos a España, Fermín logró, que el hijo de este le firmara una declaración jurada, donde manifestaba que la tumba de su padre no había sido nunca profanada.
Los jóvenes masacrados el 27 de noviembre de 1871, entraron en la historia de Cuba como estrellas fugaces. Poco se sabe de sus vidas antes de los fatídicos sucesos. De los procesados, la historia recoge que solo Fermín Valdés Domínguez a lo largo de su vida fue un abierto independentista, y participó como combatiente en el Ejército Libertador, donde alcanzó los grados de Coronel. Sin embargo los estudiantes de medicina mártires, son parte indisoluble del alma de la nación cubana. Con su sangre inocente, no solo contribuyeron a cimentar los sentimientos patrióticos de sus contemporáneos; sino que al pretender el Gobierno Colonial Español, vengar en su carne las derrotas que sufrían ante los cubanos que con las armas en la mano luchaban por la libertad, y dar de esa manera un escarmiento, el horrendo crimen contribuyó a consolidar el independentismo criollo y el sentido de lo cubano.
El inagotable:
ResponderEliminarPara Edu. Con referencia a tu comentario sobre el poder militar de Iran, te copio partes del libro de Robert Fisk - un escritor a quien no puedes acusar de estar parcializado pues ataca en ese libro furiosamente a las administracione sde EE UU (NO te colio esas partes porque ya te han envenenado bastante Ja Ja ja
De La Gran Guerra por la Civilizacion
copio:
...Para proteger la revolucion islamica, para garantizar su supervivencia, Jomeini acepto la resolucion 598 del Consejo de Seguridad de la ONU y un alto al fuego que entro en vigor en Julio de 1988. Para el anciano, se trataba de una catastrofe personal, ademas de militar.
"He bebido el caliz envenenado de la resolucion"
comento con aire sombrio.