Superficialidad derechista en la tierra de los Libertadores de América.

El Comandante Chávez fue un llanero de pura cepa.

 Por Eduardo

Acabo de visualizar en el sitio del canal Telesur un video posteado en Instagram por una presentadora de televisión venezolana de nombre Sacha López refiriéndose a lo que sucedería en caso de una invasión norteamericana a la República Bolivariana de Venezuela. Según esta muchachona, de muy buena presencia física, pero con una evidente falta de patriotismo y cultura política, no habría que preocuparse tanto en caso de que las tropas norteñas invadieran a la Patria de Bolívar, sino que habría que verle el lado positivo, que según ella sería que “esos gringos seguramente se enamorarían de unas bellezas tropicales como son las venezolanas”, y entonces en poco tiempo se podrían ver que nacerían unos “niñitos gringuitos, chiquiticos, pero como mucho sabor, con alegría, y con ánimo.

El video de la muchacha me retrotrajo a mis estancias en el llano apureño, donde durante tres años impartí docencia, conocí a la Venezuela profunda, y aprendí a amar a ese país como a mi segunda Patria. Cuando llegué a Mantecal, pueblo llanero del municipio Muñoz, vecino del municipio Rómulo Gallegos, donde visité Elorza, el pueblo donde vivió la señora que inspiró al novelista su inmortal “Doña Bárbara”, y donde el Comandante Chávez fue Jefe del Puesto Militar, supe aquilatar la grandeza del pueblo venezolano.

A cada paso me relataban historias mitológicas de los “Bravos del Apure”, aquellos lanceros que encabezados por el Catire Páez, partiendo precisamente de Mantecal, iniciaron con Bolívar el cruce de los Andes, para bajar de las cimas nevadas, por donde ningún realista los esperaba y derrotar en la llanura de Boyacá a las tropas españolas, lo que al fin conseguiría la liberación de la Nueva Granada y la consolidación de la República de Colombia, fundada por Bolívar en Angostura.

Sin embargo, un suceso un día me dio la verdadera magnitud del desprecio de la derecha venezolana por su pueblo. Una noche, cuando hacía una visualización de la programación televisiva, en un canal de la derecha venezolana, en una revista de variedades, un supuesto humorista que representaba a un llanero, personificaba una caricatura grotesca de esos seres luminosos, que día a día me invitaban a pasar a sus casas y me ofrecían de lo poco que poseían, simplemente porque veían en mí la representación de los educadores cubanos. En ese programa, el personaje del supuesto llanero era burlado por algunas muchachas con el mismo empaque que Sacha López.

Aclaro que crecí viendo muchas representaciones que desde el humor cubano se han hecho del guajiro cubano, desde Eloísa Álvarez Guedes, Reinaldo Miravalles (inolvidable en su Melesio), el “Antolín el Pichón” de Ángel García, el Pipo Pérez de Osvaldo Doimeadiós, o el Urbinito de Nelson Gudín, así que nadie me puede acusar de no haber nunca podido apreciar como representar al sector campesino en el humor, sin que este sector de la población luzca como seres inferiores o ciudadanos de quinta categoría. Aquello que vi, en la televisión de derecha venezolana fue harina de otro costal. Los chistes hacían un paralelo entre el personaje y el Comandante Chávez. Era como si a través de la denigración del mismo, se cuestionara la capacidad de un hombre humilde nacido en el puro llano venezolano, cantador de joropos y recitador de coplas, como lo fue Chávez, para gobernar la nación con la mayor reserva petrolera del mundo. Algo similar ocurre hoy día con el Presidente Nicolás Maduro y su condición de obrero.

Esa muchacha evidentemente no sabe nada del impacto de las “bombas inteligentes”, ni de los ataques con drones, ni de los mal llamados daños colaterales. Tampoco parece haber visto lo que la guerra imperialista ha traído a dos naciones prósperas como son Libia y Siria. Sería mucho pedir a la señorita López que lea a Martí. No le sería fácil, puesto que Martí fue el más grande bolivariano del siglo XIX. Pero si pudiese leer el inmortal ensayo martiano “Nuestra América”, se vería retratada en este párrafo con el que doy por terminado mi post de hoy.

“A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¿Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos «increíbles» del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!”