Un Yanqui de Nueva York, hijo amado de la Patria Cubana.

General de Brigada Henry Earl Reeve

 Por Eduardo

Orlando:

Acabo de ver dos series norteamericanas sobre la Segunda Guerra Mundial. Son las secuelas de “Salvar al soldado Ryan”, que realizaron Spielberg y Tom Hanks; “Band of Brothers” y “The Pacific”. En la primera, un teniente de paracaidistas de la 101 División aerotransportada, se acerca a un grupo de soldados alemanes prisioneros, les ofrece cigarrillos y después, mientras estos fuman agradecidos, agarra su Thompson y los rellena de plomo. En esa primera serie, quizás por aquello de que los alemanes eran más rubios que los yanquis, al concluir la guerra, se divisan largas columnas de prisioneros germanos, y hasta un general de la Wermacht agradeces a sus hombres por acompañarle en la campaña.

La Segunda serie, “The Pacific”, es un manual de lo que les espera a los que luchen en contra del U.S. Marine Corps. En esas islas del Pacífico los marines no dejaron títeres con cabeza. En el Capítulo de Gualdalcanal hay un japonés que queda vivo después de los combates, y sale caminando herido frente a las líneas de los yanquis. Estos últimos, sonriendo y de manera sádica les comienzan a disparar, como si fuera un conejo de feria, hasta que el protagonista Robert Leckie, “humanitariamente”, le cuela un tiro en la cabeza desde su trinchera, molesto con el comportamiento infantil de sus compañeros de armas.

En Peleliu, uno de los marines comienza a sacarle un diente de oro a un japonés herido, a sangre fría metiéndole una bayoneta en la boca, y el pobre hombre que no podía defenderse, es sometido a martirio hasta que otro viene y le dispara en la cabeza; por supuesto en un gesto de suprema humanidad. En otra secuencia, otro de los protagonistas, Eugene Sledgue le dispara por la espalda a un japonés herido. Imagínate tú, que esos materiales audiovisuales son un homenaje a aquellos “nobles muchachos”.

Esos marines de las series históricas, son los abuelos de los torturadores de Abu Grahib, y Guantánamo. 

Orlando:

No me gustan las películas violentas. Solo veo aquellas en las que la violencia no puede ser desterrada, como esas series de la Segunda Guerra Mundial de las que te hablé. Prefiero ver películas románticas, comedias románticas, o dramas .Amo el teatro, la música clásica, la ópera y el Ballet, sobre todo si es el nuestro. Acudo a galerías de pinturas. Tengo amigos periodistas, intelectuales, poetas, músicos y deportistas. En fin que soy un hombre de la academia, no de la guerra.

Sin embargo, nuestros hombres de letras, se fueron todos a la manigua, cuando de conquistar la libertad de la Patria se trataba. Para eso no repararon en edad, limitaciones físicas, u otro impedimento. El deber con la tierra que los vio nacer suplía cualquier dificultad.

Claro que no todos los norteamericanos han luchado en guerras injustas, ni han manchado su ejecutoria con la tortura y el deshonor. Uno de los más grandes cubanos nació en Nueva York, le decían El Inglesito, y llevaba por nombre Henry Reeve. Por su entrega a la causa de la independencia de nuestra Patria, alcanzó el grado de General de Brigada del Ejército Libertador cubano. Cuando desembarcó en Cuba, fue fusilado por los colonialistas. Cuando pensaban sus asesinos que habían terminado sus días, herido se levantó entre los cadáveres, escapó de sus captores, y se unió a las tropas de Ignacio Agramonte, donde se convirtió en uno de los inmortales jinetes de la caballería camagüeyana.

Al frente de ella, galopando en su corcel, participó en el Rescate de Sanguily. Cuando en el asalto a Santa Cruz de Sur, atacó él solo un cañón. El disparo de este le destrozó y dejó inservible una de sus piernas, lo cual convirtió en un inválido al bravo soldado internacionalista. Al Inglesito le crearon entonces una montura especial, donde se amarraba a su caballo, y de esa forma siguió peleando por Cuba, hasta caer en combate, en los campos de Yaguaramas, justo en mi provincia de Matanzas.

Ese joven nacido en los EEUU, quiso más a Cuba, que algunos mercenarios que andan por ahí. A mí me emocionan hasta el infinito esos ejemplos de dignidad en nuestra historia. En ellos está la explicación del porqué de tantos años de resistir las apetencias del monstruo que intenta devorarnos.