La importancia de defender nuestra bandera.

Gran Maestro Lázaro Bruzón.
Foto ECURED

 Por Eduardo

Hace unos días participé en el debate del artículo de Cubadebate “Federación Cubana de Ajedrez informa sobre cambio de membresía de Lázaro Bruzón”, donde se replicaba textualmente sobre la nota de la referida federación relacionada con el Gran Maestro tunero. Envié un post expresando mi parecer sobre esta noticia, que no me fue aprobado por el equipo de moderadores de Cubadebate.

Como es muchos casos de este mundo nuevo digital, no recibí explicación alguna del porqué no se me publicó esta opinión, toda vez que mi motivación estuvo dada por un conjunto de comentarios en los que se restaba la importancia que este suceso tiene en el histórico enfrentamiento ideológico entre Cuba y los Estados Unidos.

Pero como en este mundo tecnológico, uno tiene sus propios medios para publicar sus opiniones, a pesar de la negativa de los moderadores de Cubadebate, publico en mi propia bitácora el comentario que me tomé el trabajo de redactar.

Veo y leo muchos comentarios opinando sobre la decisión de Lázaro Bruzón de comenzar a competir con el equipo de los Estados Unidos, y me sorprende como nadie menciona a la Patria, a la defensa del pabellón de la Estrella Solitaria, ni acerca del hecho de que no se trata de jugar para cualquier otra Federación, sino precisamente incorporarse a la del país cuyo gobierno nos somete al más cruel bloqueo. Duele mucho más en la decisión de este atleta saber que un día formó parte del Comité Nacional de la UJC.

Yo, aunque sé de qué algunos compatriotas sueñan con vivir en el monstruo que el Apóstol conoció en sus entrañas, y que muchas familias cubanas tienen familiares en Estados Unidos, sencillamente tengo como divisa el apotegma martiano que reza: “¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles?” Yo soy cubano de la isla, y nunca entenderé a aquellos nacidos en esta isla que sueñan con ser ciudadanos de segunda clase en Yumilandia.

He tenido la oportunidad por razones de trabajo de viajar muchas veces fuera de Cuba, y nunca he querido permanecer por mucho tiempo lejos siquiera de mi querida Matanzas. He conocido algunos colegas de profesión que optaron por quedarse fuera de la isla porque cambiaron el terruño por los bienes materiales, y al final de la historia después los ves en las redes sociales haciéndose los defensores de la identidad nacional, mientras critican al país que los formó. Porque yo pregunto ¿De no haber triunfado la Revolución Cubana, un guajirito de las Tunas hubiese llegado a ser Gran Maestro de Ajedrez? ¿Cuántos Grandes Maestros tuvo Cuba durante la primera etapa de la era republicana?

José Raúl Capablanca fue el resultado excepcional de un niño genio nacido dentro de las clases pudientes en aquella isla de generales y doctores de inicio del Siglo XX. Bruzón, Leinier Domínguez y otros ajedrecistas que han abandonado el equipo de las cuatro gloriosas letras para inscribirse en el equipo de la bandera de las barras y las estrellas, son el resultado del esfuerzo de una nación que convirtió la práctica deportiva en un derecho del pueblo. Cuando uno lee la biografía de Bruzón se habla de su paso por EIDE y la ESPA, escuelas en las que recibió la preparación que lo convirtió en el formidable jugador que es, sin otro costo personal que el esfuerzo que tuvo que realizar en lo personal para pulir su talento. ¿Cuántos niños pobres en el mundo pueden pagar un maestro de ajedrez que les lleve a competir a nivel internacional?

Seguramente alguno de los comentaristas que veo por ahí me tildarán de extremista y varado en el tiempo, pero acudo otra vez a Martí, aquel que vistió de luto siempre porque su Patria era esclava. De su ensayo “Nuestra América” copio:

“A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¿Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia?”